Lo miro detenidamente, memorizando cada parte, cada señal. Una de ellas señala en el estómago, cerca de la cadera. Levanto lentamente la camiseta, con miedo de descubrir que todo sigue igual que antes. Abro un ojo, y después el otro: está sanando, no creo que deje cicatriz.
Otro señala en la zona interior de la muñeca. Levanto las mangas: está curandose también, pero ésta si dejará señal. Tal vez algún día se cure.
Así, poco a poco, voy comprobando cada uno de los lugares señalados en el mapa, y animándome por cada victoria que conseguía (afortunadamente, casi todas las heridas estában desapareciéndo).
Finalmente, llego al último lugar. Todas las demás lesiones habían mejorado con el cambio, y parecía que todo volvería a ser como antes. Miro en el lado derecho de mi pecho.
Hay un enorme agujero, ensangrentado e infectado... una herida de muerte. ¿Qué he hecho?
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