jueves, 20 de septiembre de 2012

Hipocresía de los nuevos comienzos.

El tiempo se acaba y de nuevo, regresamos a la rutina de siempre.
En el fondo, no está tan mal.
En cierto modo, el instituto me recuerda a los conciertos. Todos juntos, esperando algo nuevo, con nuevas promesas de mejorar, que en el fondo sabe que no cumplirá.
Es la hipocresía de los nuevos comienzos. Año nuevo, curso nuevo...
"Estudiaré todos los días, haré los deberes, sacaré mejores notas..." ¿A quién pretendo engañar?
me durará una semana si hay suerte, y las ganas que tenía de empezar el instituto se desvanecerán y serán sustituidas por los deseos de comenzar un nuevo verano nada más empiecen los exámenes y el trabajo duro.
A veces pienso que la vaguería me puede y que respiro sólo porque me di cuenta de que es necesario...

En fin, bloggeros y bloggeras, muchísima suerte a todos en el nuevo curso, y espero que la hipocresía del nuevo curso os dure más que a mi. ¡Un saludo de una chica con pocas ganas de madrugar mañana cuando amanezca!
Y bueno, si morís estudiando... al menos seréis unos cadáveres cultos.

Constante pesadilla venida de Argecilla

En la oscuridad me levanto por las noches. Lo único que soy capaz de distinguir son las difuminadas líneas de la persiana plasmadas en el techo, como reflejo de la luna llena.
Puedo escuchar las peleas de los perros bajo mi ventana. Gruñidos y ladridos que rasgan el silencio, arañazos y golpes, que finalmente culminan con un grito de dolor que rompe toda la calma y el sueño vividos hasta esa noche.
Sin saber porqué, sonrío.
Creo que en el fondo me consuela saber que no soy la única despierta a esas horas, que no soy la única que ahoga aullidos de dolor...
Pero sobre todo, ahora siento que el perro que yace bajo mi ventana, desangrándose, llega a comprender el dolor que me corroe a diario, arrastrando mis sueños hasta convertirlos en un juego de terror, que siempre acaba mal.
No entiendo cómo he podido llegar a identificarme con el perro perdedor.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Me gustaría hacer llorar a alguien algún día por algo que haga, que sienta, que escriba...
Me gustaría ser capaz de transmitir lo que siento en algunos momentos, ser capaz de transmitirlo en un  papel, en un gesto o en una canción. Quiero hacerte llorar, tal y como lo hago yo.
Quiero que sientas lo que siento yo. Solo entonces, sentiré que he hecho algo bien.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Diario de una adicta III

Resucité muchas horas más tarde en un cuarto desconocido con la sensación de estar aplastada por un paquidermo y con agujas clavadas en los ojos, sin acordarme de lo sucedido. Me incorporé con inmenso esfuerzo, me dejé caer en suelo y me arrastré al baño a tiempo para abrazar el excusado y vomitar un chorro interminable de lodo de alcantarilla. Quedé postrada sobre el linóleo, temblando, con la boca amarga y una garra en las tripas, balbuceando entre arcadas secas quiero morirme, quiero morirme.
Mucho rato después pude echarme agua en la cara y enjuagarme la boca, espantada ante la desconocida de pelo negro y palidez cadavérica en el espejo. No alcancé a llegar a la cama, me eché en el suelo, gimiendo.
Tiempo después, dieron tres golpes en la puerta, que sentí como cañonazos, y una voz gritó que venía a limpiar el cuarto. Sujetándome en las paredes llegué a la puerta, la entreabrí apenas lo suficiente para mandar a la empleada al diablo y colgar el aviso de no molestar; luego caí otra vez de rodillas. Volví a gatas a la cama con el presentimiento de un peligro inmediato y funesto, que no lograba precisar. No recordaba por qué estaba en esa habitación, pero intuía que no era una alucinación ni una pesadilla, sino alfo real y terrible. Comencé a llamarle con un hilo de voz. Al fin me cansé de llamarlo y, desesperada, me puse a buscarlo debajo de la cama, en el clóset, en el baño, por si me estuviera gastando una broma. No estaba en ninguna parte, pero descubrí que me había dejado una bolsita de crack, una pipa y un encendedor. ¡Cuán simple y familiar!
El crack era su paraíso y su condenación. Joder. Las manos apenas me funcionaban y estaba ciefa de dolor de cabeza, pero me las arreglé para introducir los guijarros en la pipa de vidrio y encender el soplete, una faena titánica. Exasperada, enloquecida, esperé eternos segundos a que ardieran los guijarros color cera, con el tubo quemándome los dedos y los labios, y por fin se partieron y aspiré a fondo la nube salvadora, la fragancia dulzona de gasolina mentolada y entonces el malestar y las premoniciones desaparecieron y me elevé en la gloria, liviana, grácil, un pájaro en el viento.
Durante un tiempo breve, me sentí eufórica, invencible, y enseguida aterricé con estrépito en la penumbra de esa habitación. Otra chupada al tubo de vidrio y otra más.
Me quedaba algo de dinero y salí con paso vacilante a comprar otra botella, luego regresé a encerrarme en mi guarida. Entre el licor y el crack floté a la deriva dos días sin dormir, ni comer ni lavarme, chorreada de vómito porque no alcanzaba a llegar al baño. Cuando se me terminaron el alcohol y la droga, vacié el contenido de mi bolso y encontré una papelina de cocaína que esnifé de inmediato y un frasco con tres somníferos, que me propuse racionar. Me tomé dos, y como no me hicieron efecto, me tomé el tercero. No supe si dormí o estuve inconsciente, el reloj marcaba números que nada significaban. ¿Qué día es? ¿Dónde estoy? No tenía ni idea. Abría los ojos, me ahogaba, mi corazón era una bomba de tiempo, tic-tac-tic-tac, más y más rápido, sentía golpes de corriente, sacudones, estertores, luego vacío.

Diario de una adicta II

La proximidad de este hombre que apenas conozco es intoxicante, término que uso con cuidado porque conozco demasiado bien su significado, pero no encuentro otro para describir esta exaltación de los sentidos, esta dependencia tan parecida a la adicción. Ahora entiendo porqué loa amantes de la ópera y la literatura  ante la eventualidad de una separación, se suicidan o se mueren de la pena.
Hay grandeza y dignidad en la tragedia, por eso es fuente de inspiración, pero no quiero tragedia, por inmortal que sea, quiero una dicha sin bulla, íntima, y muy discreta, para no provocar los celos de los dioses, siempre tan vengativos. ¡Qué idiotez digo! No hay fundamento para estas fantasías...

Diario de una adicta I

De junio a agosto yo todavía andaba en una nebulosa. No salía agua por las cañerías en el apartamento y la nueva nevera estaba vacía, pero drogas sobraban. Ni cuenta me daba de cuán volada andaba; tragar dos o tres pastillas con vodka o encender un pito de marihuana se convirtieron en gestos  automáticos que mi mente no registraba. Mi nivel de consumo era ínfimo, comparado con el de los demás a mi alrededor. lo hacía por diversión, podía dejarlo en cualquier momento, no era adicta, o eso creía.
Me acostumbré a la sensación de flotar, a la niebla embrollándome la mente, a la imposibilidad de terminar un pensamiento o expresar una idea, a ver esfumarse las palabras del vasto vocabulario antes aprendido.
En mis escasos destellos de lucidez recordaba el propósito de rehacer mi vida, pero me decía que ya habría tiempo para eso. Tiempo. ¿Dónde se escondían las horas? Se me escurrían como sal entre los dedos, vivía en un compás de espera, pero no había nada que esperar, sólo un día exacto al anterior.


Recuerdos de un pasado mejor

A mi abuelo le hubiera gustado éste lugar... ¡Cómo lo hecho de menos! Era un oso grande, fuerte, lento y dulce, con el calor de estufa, olor a tabaco y colonia, voz oscura y risa telúrica, con enormes manos para sostenerme. Me llevaba a partidos de fútbol y a la ópera, contestaba mis infinitas preguntas, me cepillaba el pelo y aplaudía mis interminables poemas épicos, inspirados en películas de Kurosawa, que veíamos juntos. íbamos al torreón de la casa a escudriñar con su telescopio la bóveda negra del cielo en busca de su escurridizo planeta, una estrella verde que nunca pudimos encontrar. "Prométeme que siempre te vas a querer a ti misma como te quiero yo." me repetía y yo se lo prometía sin saber qué significaba aquella extraña frase. Me quería sin condiciones, me aceptaba tal como soy, con mis limitaciones, manías y defectos, me aplaudía aunque no me lo mereciera.
él me lo perdonaba todo, me consolaba,  se reía cuando yo me reía, era mi mejor amigo, mi cómplice y confidente, yo era su única nieta y la hija que no tuvo. "Dime que soy el amor de tus amores abuelo", le pedía yo para sacarle la roncha a mi abuela. "Eres el amor de nuestros amores", me contestaba él diplomáticamente, pero yo era la preferida, estoy segura.

Datos personales

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No, no tengo las cosas claras, y no quiero tenerlas. Quiero vivir el día a día, e improvisar. Quiero ganar y perder en esta vida, pero sobre todo, quiero disfrutar de cada día como si fuera el último,... el último día de los muchos que me quedan. Me llamo Andrea, y tengo 15 años. Según el momento, puedo ser madura o inmadura, porque no suelo pensar en el futuro. De pequeña bebía café descafeinado porque me sentía mayor, y ahora me encanta, al igual que me gusta saltar en los charcos o cantar en la ducha. Escribo este blog, porque me gusta escribir todo lo que no puedo gritarle al mundo. Espero que lo disfrutéis :)

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