Soñaba con algún día,
poder devorar tu cuerpo,
Poder quemarlo junto
al mío y no dejar más que cenizas.
Quedé prendado de una
mera ilusión, de tu sonrisa engañosa.
El camelo de que
tenías por corazón algo más que un témpano de hielo.
Agua que se escurre
entre mis dedos como el fuego que alguna vez ardió en mí,
Que se apagó al
despertar y encontrarme de nuevo con mi ardua realidad.
Hecho de menos mis
claros de bosque plasmados en tus ojos,
Las noches de luna en
tu boca, las laderas de suave playa al bajar…
Habría dibujado mapas
entre tus lunares aquella noche.
Mas a mi querido
bosque le llegó el invierno,
Y el Sol abrasó a la
Luna,
Dejándome ver que lo
que yo creía un mar, no era más que agua.
Porque a las verdades
el tiempo alude o deja marchitar:
Las estaciones pasan,
congelando las bellas rosas de la primavera,
Y la noche deja paso
al día, cegando los inocentes ojos inexpertos.
Grité tu nombre cada
noche, aún sin saberlo.
Recordé los buenos
momentos, aún sin haberlos vivido.
Eché de menos tus
labios, aún sin haberlos probado.
Sé que no piensas en
mi, que no me recuerdas, que no sabes quién soy...
Me dejaste abandonado
en mis pensamientos
Que me desgarran poco
a poco el corazón.
Lo quemaron poco a
poco, consumiéndolo,
Dejándolo escapar por
mis pulmones cada vez que pensaba en ti,
Cada vez que me
faltaba el aire por no poder respirarte.
Pero quiero que sepas
que las cenizas que aún quedan de mi,
Tras las heladas del
invierno y las lágrimas derramadas…
Arden por ti.
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