domingo, 2 de septiembre de 2012

Diario de una adicta III

Resucité muchas horas más tarde en un cuarto desconocido con la sensación de estar aplastada por un paquidermo y con agujas clavadas en los ojos, sin acordarme de lo sucedido. Me incorporé con inmenso esfuerzo, me dejé caer en suelo y me arrastré al baño a tiempo para abrazar el excusado y vomitar un chorro interminable de lodo de alcantarilla. Quedé postrada sobre el linóleo, temblando, con la boca amarga y una garra en las tripas, balbuceando entre arcadas secas quiero morirme, quiero morirme.
Mucho rato después pude echarme agua en la cara y enjuagarme la boca, espantada ante la desconocida de pelo negro y palidez cadavérica en el espejo. No alcancé a llegar a la cama, me eché en el suelo, gimiendo.
Tiempo después, dieron tres golpes en la puerta, que sentí como cañonazos, y una voz gritó que venía a limpiar el cuarto. Sujetándome en las paredes llegué a la puerta, la entreabrí apenas lo suficiente para mandar a la empleada al diablo y colgar el aviso de no molestar; luego caí otra vez de rodillas. Volví a gatas a la cama con el presentimiento de un peligro inmediato y funesto, que no lograba precisar. No recordaba por qué estaba en esa habitación, pero intuía que no era una alucinación ni una pesadilla, sino alfo real y terrible. Comencé a llamarle con un hilo de voz. Al fin me cansé de llamarlo y, desesperada, me puse a buscarlo debajo de la cama, en el clóset, en el baño, por si me estuviera gastando una broma. No estaba en ninguna parte, pero descubrí que me había dejado una bolsita de crack, una pipa y un encendedor. ¡Cuán simple y familiar!
El crack era su paraíso y su condenación. Joder. Las manos apenas me funcionaban y estaba ciefa de dolor de cabeza, pero me las arreglé para introducir los guijarros en la pipa de vidrio y encender el soplete, una faena titánica. Exasperada, enloquecida, esperé eternos segundos a que ardieran los guijarros color cera, con el tubo quemándome los dedos y los labios, y por fin se partieron y aspiré a fondo la nube salvadora, la fragancia dulzona de gasolina mentolada y entonces el malestar y las premoniciones desaparecieron y me elevé en la gloria, liviana, grácil, un pájaro en el viento.
Durante un tiempo breve, me sentí eufórica, invencible, y enseguida aterricé con estrépito en la penumbra de esa habitación. Otra chupada al tubo de vidrio y otra más.
Me quedaba algo de dinero y salí con paso vacilante a comprar otra botella, luego regresé a encerrarme en mi guarida. Entre el licor y el crack floté a la deriva dos días sin dormir, ni comer ni lavarme, chorreada de vómito porque no alcanzaba a llegar al baño. Cuando se me terminaron el alcohol y la droga, vacié el contenido de mi bolso y encontré una papelina de cocaína que esnifé de inmediato y un frasco con tres somníferos, que me propuse racionar. Me tomé dos, y como no me hicieron efecto, me tomé el tercero. No supe si dormí o estuve inconsciente, el reloj marcaba números que nada significaban. ¿Qué día es? ¿Dónde estoy? No tenía ni idea. Abría los ojos, me ahogaba, mi corazón era una bomba de tiempo, tic-tac-tic-tac, más y más rápido, sentía golpes de corriente, sacudones, estertores, luego vacío.

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No, no tengo las cosas claras, y no quiero tenerlas. Quiero vivir el día a día, e improvisar. Quiero ganar y perder en esta vida, pero sobre todo, quiero disfrutar de cada día como si fuera el último,... el último día de los muchos que me quedan. Me llamo Andrea, y tengo 15 años. Según el momento, puedo ser madura o inmadura, porque no suelo pensar en el futuro. De pequeña bebía café descafeinado porque me sentía mayor, y ahora me encanta, al igual que me gusta saltar en los charcos o cantar en la ducha. Escribo este blog, porque me gusta escribir todo lo que no puedo gritarle al mundo. Espero que lo disfrutéis :)

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